No es posible saber qué alucinaciones se presentan ante los ojos de un suicida, ni los motivos internos que llevarían a alguien a la desesperación total que le obliga a elegir entre lo absoluto y la nada. Y sin embargo Yehoshúa Sobol, parece comprender el alma de un suicida particular al grado de que es capaz de dramatizar las últimas horas del filósofo Otto Weininger; en su obra El alma de un judío, y que fue representada en el teatro de la ciudad de Haifa.
A pesar de que los autores israelitas contemporáneos no son muy conocidos en el país, a raíz de que Israel fue el invitado de la FIL de Guadalajara el año pasado, algunos autores fueron traducidos del hebreo al español. Sobol es un filósofo que además de dar clases de estética en la universidad de Tel-Aviv, escribe obras de teatro y ha ganado numerosos reconocimientos. Una de sus obras más controvertidas es El alma de un judío; considerando la tensión que se vive día a día en el estado de Israel y el cosmopolitismo del sionismo, permite que la discusión planteada por Weininger sea actual, aunque los personajes hayan sido modificados. Además de que remite a un libro, que en su época y por los sucesos en los que se vio envuelto fue considerado un escándalo por misógino y por el antisemitismo dentro del propio judaísmo.
Además Sobol funge como el diplomático promotor de la cultura, pues es imposible que su obra no remita al lector curioso, al libro que acarrearía el suicidio del protagonista y que inmediatamente tras su muerte se convertiría en un best seller. Las tesis discutidas en los monólogos febriles de Otto Weininger sobre la mujer, el judaísmo, la culpa y el sionismo incitan al lector a buscar su único libro, Sexo y carácter, y que le ganaría el respeto póstumo de autores como Wittgenstein y Zweig.
Tras la defensa de su tesis, Otto Weininger, se convierte al cristianismo protestante, en búsqueda de un camino espiritual que se contrapusiera al camino tradicional religioso del judaísmo. Sin embargo su conversión no apacienta la desesperación causada por la mala acogida que su tesis tuvo dentro del mundo académico y el desprecio y la crítica de plagio que le hizo Freud, que lo llevará al suicidio en el mismo piso en que murió Beethoven 76 años antes (Schwartzspanierstrasse 15); no se trata de una coincidencia o de un designio del autor, pues aunque narra la última noche de un suicida y en ese sentido se vale de la imaginación para formular los últimos discursos y las últimas miradas a los cristales del pasado del protagonista, los acontecimientos fueron verídicos, Weininger premeditó su suicidio y a modo de último capricho decidió dispararse en el corazón la madrugada del 3 de octubre de 1903 en el mismo piso en el que el músico muriera.
En 1903, año en que se sitúa la historia, Viena estaba escindida entre el antisemitismo y el sionismo propuesto por Herzl, la juventud y los intelectuales debían tomar partido por una u otra postura; es el tiempo de la transición del hombre racional al hombre psicológico; el año en que el “yo” se comprende a través del “otro”; un año clave que desembocaría en dos guerras y la fundación de Israel. En medio de todos esos cambios Otto Weininger afirma que la mujer carece de ser, por lo que busca su existencia en el hombre, sus consideraciones misóginas evocan inmediatamente a Schopenhauer y las descripciones opuestas en las que el atributo negativo pertenece a la mujer y el positivo al hombre pueden recordar la teoría aristotélica de los cuerpos, en la que la mujer da la materia y el hombre la forma. Asimismo considera que el sionismo es lo más respetable que ha surgido del judaísmo, pero la naturaleza judía será la que impedirá su realización, dado que su condición de posibilidad es la diáspora y la acumulación de lo inmediato.
Weininger se debate por la culpabilidad de haber nacido judío. Su visión del mundo es judía a la vez que intenta destrozarla, e incluso llega a afirmar que el psicoanálisis es una ciencia judía que trata de hacer que cada hombre encuentre al culpable de su propia existencia en el padre, la madre, Dios o el estado, y jamás en su propia persona.
Sobol acerca al lector literariamente al pensamiento filosófico de un autor, al mismo tiempo que transmite al imaginario colectivo de los espectadores la vivencia única de un alma (nefesh).