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Los cachorros; el (in)esperado final


Comenzar siempre es difícil. Dar ese paso al vacío es lo más complicado que pueda existir. No hay garantías. Es por eso mismo que la perseverancia se debe convertir en el vehículo y la motivación su combustible para no claudicar. Sin embargo, cuando los días envejecen en años no es sorpresa que cada nuevo intento se vuelva más complicado y doloroso.


En el deporte no hay equipo más maldito que los Cachorros de Chicago de las Ligas Mayores de Beisbol. En 1908, arrogantemente, ganaron el campeonato que los coronaba bicampeones. De haber sabido que durante 107 años, y contando, no levantarían un brazo en clara señal de victoria probablemente habrían aceptado 50 carreras en contra sin titubeos.


El equipo es la franquicia deportiva estadounidense que más tiempo ha permanecido en una misma ciudad, son unos cachorros sin destetar. Tal vez porque la fidelidad de los fanáticos hacia el equipo genera una especie de compromiso inquebrantable quizá sea por vergüenza, pues irse a otra ciudad y ganar en ella sería hacer trampa.

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Existen momentos en los que parece que con un poco más de esfuerzo, empeño, dedicación y trabajo puedes romper esa barrera que te separa de la meta, pero cuando el destino está en contra tuya hasta tu propia familia te sabotea sin razón y sin malicia.


El año 2003 los Cachorros de Chicago jugaban el sexto juego de la Serie de Campeonato de la Liga Nacional, la antesala de la Serie Mundial, contra los Marlins de Florida. En el octavo inning lideraban el juego 3-0 con un out. La serie estaba 3-2 a su favor y, de ganar ese juego, al fin podrían volver a pelear el campeonato más importante del beisbol.


La gorra del pitcher Mark Prior se humedecia con el sudor que las enormes lámparas del Wrigley Field de Chicago provocaban en el diamante. Las caricias a la bola dentro de su guante no eran de nerviosismo, eran de seguridad. Del otro lado, su rival Luis Castillo había peleado cada pitcheo de Prior para estar con tres bolas y dos strikes, la cuenta máxima. Juan Pierre estaba en segunda base a la espera del más mínimo descuido para robarse la tercera.



Vino el lanzamiento y Castillo conectó sólido. La bola se elevó por el cielo negro y por un momento pareció un pequeño cometa a miles de kilómetros de distancia. Pierre corrió hacia tercera base. La bola cada vez se abrió hasta la zona de foul. El jardinero izquiero de los Cachorros, Moisés Alou, se aproximó a la barrera, dio un salto y elevó su guante, pero entre este y la bola se encontraba la mano de Steve Bartman, un fanático del equipo local que impidió que se consiguiera el segundo out. A partir de ahí vino la debacle.


Un mal pitcheo de Prior le regaló la tercera base a Pierre. Un hit de Iván Rodríguez puso la primera carrera para los Marlins. Miguel Cabrera bateó una pelota sencilla hacia el parador en corto Alex Gonzalez, pero a pesar de tener la bola dentro del guante no pudo atraparla y las tres bases estuvieron ocupadas con solamente un out. Castillo y Rodríguez anotarian las dos carreras que hacían falta para empatar el partido a 3 gracias a un batazo de Derek Lee. Esa entrada, y el juego, terminarían 8-3 a favor de los Marlins.


Comenzar es excitante porque cuando una nueva aventura comienza todo es posible, hay muchos caminos que recorrer y objetivos que alcanzar. Sin embargo, el camino se vuelve un suplicio y la meta una loza cuando parece que eres el juguete que el destino ha elegido para entretenerse en sus momentos de ocio. Cada paso está lleno de temor y de resignación, pues la esperanza ya es un veneno. A veces es mejor fracasar pronto porque mientras más grande es la ilusión el golpe es más doloroso.


Ahora, en este 2015, los Cachorros de Chicago están de nuevo a unos cuantos pasos de llegar a la Serie Mundial. Las ilusiones se han renovado debido a la gran temporada que han hecho y al parecer el destino ahora está de su parte. Pero son los Cachorros y cualquier cosa les puede pasar. Y les pasará.


Los inicios son difíciles porque el futuro es incierto; también porque el final es siempre inevitable y, aún así, es siempre inesperado.


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