En el marco del XLIII Festival Cervantino se presentó los días 15 y 16 de octubre en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris la obra Labio de liebre (venganza o perdón), una co producción del Teatro Petra y Teatro Colón de Bogotá, Colombia. Escrita y dirigida por Fabio Rubiano Orjuela, fundador del Teatro Petra, quien también interpreta al personaje principal.
En la obra se plantea la dicotomía entre venganza, como una de las pasiones esenciales para el drama, y perdón, como el polo opuesto. Cuenta la historia de Salvo Castello, quien se reconoce a sí mismo como un empleado eficiente del gobierno y que ha ejecutado acciones atroces para ayudar a construir “uno de los países más felices del mundo”. Es condenado a pasar tres años fuera del “paraíso” que construyó, exiliado en Territorio Blanco para pagar por sus crímenes. Sin embargo, esto no es suficiente para pagar su deuda.
Es por eso que aparece la familia Sosa, una familia de campesinos afectada por las acciones de Castello, para recordarle aquello que ha olvidado. Los Sosa no piden venganza, ellos lo perdonan; pero el perdón no es igual a dejar las cosas como si nada hubiera sucedido. Hay cosas que no se pueden olvidar.
Las exigencias y reclamos se presentan con tanta insistencia que resultan cercanos a la venganza. La delimitación entre venganza y perdón parece difuminarse. También se pierde la clara distinción entre víctima y victimario a la que tanto estamos acostumbrados, héroes y villanos, buenos y malos, oposiciones binarias que no podemos aplicar pues cada personaje tiene sus razones, sus motivos, su lado oscuro y su lado agradable. La ambigüedad queda ahí, compete al espectador llegar a sus propias conclusiones y tomar partido… o no.
El Teatro Petra, fundado por Fabio Rubiano y Marcela Valencia en 1985, es uno de los grupos más representativos de teatro contemporáneo en Colombia. Sus piezas han ganado cuatro veces el Premio Nacional de Dramaturgia, la Mejor Obra 2011 con Sara dice y el Premio Nacional de Dirección 2013 con El vientre de la ballena, Sara dice y Pinocho y Frankenstein le tienen miedo a Harrison Ford. Se ha caracterizado por tratar temas polémicos con un toque de humor negro, como sucede también en Labio de liebre. Ésta última, con la que se celebran los 30 años del Teatro Petra, es una obra muy fácil de entender, con referencias sencillas y sin alegorías complicadas; especialmente por lo que se vive día a día en el contexto nacional.
Presentada en fechas cercanas al aniversario de la Matanza de Tlatelolco y del primer aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, esta historia nos recuerda que hay cosas que no se pueden, que no se deben olvidar; que no deben quedar enterradas en el pasado.
En un país sin memoria histórica como el nuestro, necesitamos fantasmas que constantemente nos ensucien la casa y desordenen nuestras ideas, que nos saquen de “territorio neutral” y nos recuerden todo lo que hemos querido olvidar por voluntad, obligación o inercia.
Ante esto, la pregunta que surge es ¿quiénes van a ser estos fantasmas? ¿Podemos ser nosotros esos fantasmas, esa memoria histórica? ¿Podemos ser nosotros quienes exijan de manera insistente a nuestros gobernantes que recuerden nuestros nombres y dónde estamos enterrados?
Las marchas no sirven de nada si no tenemos una mira específica de por qué hacemos esto, ¿qué nos lleva a manifestarnos y a levantarnos contra un gobierno que nos ve como ganado, que no le importa vernos descabezados por una idea de país que no tiene que ser la correcta? Por otro lado, cabría preguntarnos ¿cuál es la idea correcta de país? ¿La de los chairos? Y ¿por qué tendríamos que esperar que nuestras ideas son las válidas? Al final, no somos tan distintos. Tal vez, estando en su situación haríamos exactamente lo mismo. De nuevo, no resulta tan fácil catalogar a buenos y malos.
Sin embargo, esto no significa que debamos quedarnos cruzados de brazos: perdonar no es lo mismo que olvidar. No somos tan distintos a las personas que nos gobiernan, ¿y luego? ¿Ya? ¿Ni modo? ¡No, gente! El punto de todo esto es que nosotros mismos somos los primeros que debemos recordar. No sirve de nada gritar en el Zócalo si esos muertos no gritan dentro de nosotros mismos. Si, como sucedió con la familia Sosa, “lo que mataron no fueron sus cuerpos, sino la sangre que había dentro de ellos”. Se trata de recordarnos a nosotros mismos que somos ciudadanos, que no somos sólo corderos que pueden matar, que el Estado nos pertenece.
No necesitamos que “construyan el paraíso” por nosotros. Necesitamos que se nos tome en cuenta para la conformación del Estado, que nos devuelvan a la gallina y a Completo, el perro. Necesitamos que la entidad creada para defendernos, el Estado, lo haga realmente. Exigimos justicia, pero debemos recordar que esta justicia no puede darse sin responsabilidad de parte nuestra; si no comenzamos a pensar más en comunidad, si dejamos que los demás hagan todo por nosotros. Una vez que se cumple con esa justicia, nosotros mismos podemos ayudar a construir “el país más feliz del mundo”.
Agradecemos la oportunidad de haber disfrutado esta obra que de manera simple y amena, nos enfrenta con nuestra realidad, provocando al mismo tiempo risa y dolor. Una obra que motiva, sin ser ésa su intención principal, la reflexión que genera acción. No es su intención porque no se trata de teatro político, es una obra cuya finalidad es puramente estética. Esperamos con ansias las próximas producciones de Teatro Petra y la ocasión de recibirlos nuevamente en México. ¡Estaremos al pendiente!