El día 16 de octubre fuimos al teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque; frente a éste se encontraba, en todo su esplendor, el Fashion Week Fest; y, a un lado, una fila enorme que quería entrar en el Auditorio Nacional a ver un concierto de una persona finísima.
Nosotros, sin embargo, escogimos ver una obra llamada Orinoco, del grupo Ejército de Liberación Neuronal y dirigida por Ricardo López Crocker; en ésta, dos artistas de cabaret, transformadas sin querer en putas, se quedan a la deriva en un barco carguero junto con un negro llamado Salomé: no me arrepiento de tal decisión.
Orinoco, si bien pudiera ser considerada una “tragicomedia”, incluye algunos tonos en la composición del guion que la llevan más allá y la transportan a una descripción vívida y puramente humana de una situación hipotética en donde, la imposibilidad del contexto, le proporciona giros bastante agradables: puedes sorprenderte, reír y quedarte mirando al espacio con cara impasible.
Ese me parece el mayor acierto por parte de esta propuesta dramática: ¡sobre los diálogos descansan todos los otros aspectos menos favorecedores!
En cuanto a la escenografía, apostó por la estética actual: propugna por el minimalismo y reduce a lo conceptual las representaciones; por ejemplo, una cuerda era el límite de la cubierta y no había más río que el de nuestra imaginación. Esto, si bien tiene puntos malos, en esta ocasión específica se agradece, pues me permitió contemplar las actuaciones con el puro disfraz que les es propio: el del talento que el actor posea. Lo cual, me lleva al trabajo de las actrices que encarnaron a Mina y a Fifí.
Si bien las actuaciones de Celestine Karina y de Lizbeth Pérez llenaron los roles de las dos cabareteras; lo cierto es que también dejaron algo qué desear: estaba ahí, intentando imaginarme a dos coquetas artistas empenachadas, emplumadas o vestidas con cuenta y lentejuela, labios seductores y vestidos fatales… pero simplemente no pude hacerlo.
Los personajes, si bien estaban en la decadencia de su carrera, se llevaron a la vida con algunos silencios prolongados e innecesarios, ademanes exagerados y, finalmente, una gesticulación con poca elegancia que le restaba, cuando ocurría, credibilidad a la actuación. Ésta, en pocas palabras, tuvo ocasiones, escenas y acciones que rompían la magia del disfraz; pero — y esto es lo más importante—, sobre todo poseyó una entrega sincera… lo que se debe agradecer aún más.
Orinoco fue una pieza divertida y me llevó a reafirmar que, aun cuando mi cuerpo se convierta en polvo y ya no exista más; mi espíritu aún gritará: “Y LO MEJOR ESTÁ POR LLEGAR”.