— En ese momento —continuó Irán—, mientras el sonido de la TV estaba apagado, yo estaba en el ánimo 382; acababa de marcarlo. Por eso, aunque percibí intelectualmente la soledad, no la sentí. La primera reacción fue de gratitud por poder disponer de un órgano de ánimos Penfield; pero luego comprendí qué poco sano era sentir la ausencia de vida, no sólo en esta casa sino en todas partes, y no reaccionar... ¿Comprendes? Me figuro que no. Pero antes eso era una señal de enfermedad mental. Lo llamaban “ausencia de respuesta afectiva adecuada”.
Philip K. Dick
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Un tema común en las novelas de ciencia ficción es la capacidad del ser humano para modificar o eliminar sus emociones. En el párrafo que he puesto a manera de epígrafe, vemos como Irán, la esposa del protagonista, por estar en un determinado estado de ánimo programado por el instrumento llamado “órgano de ánimos Penfield” es incapaz de sentir soledad, lo cual le parece, después de reflexionar, poco sano o podríamos decir antinatural.
Un ejemplo muy famoso es el mundo que se muestra en Un mundo feliz de Aldous Huxley, en el que la tecnología ha avanzado tanto que se vive una vida sin preocupaciones. Por medio de la droga “soma” se elimina la tristeza, sin embargo, nos damos cuenta de que en este “mundo feliz” las cosas no están del todo bien, ya que la felicidad y la satisfacción alcanzadas lo han sido a costa de perder otras características que nos hacen humanos. Como dice Francis Fukuyama: “Ya no se esfuerzan ni tienen aspiraciones, no aman, no experimentan dolor, no afrontan difíciles elecciones morales, no tienen familia ni hacen nada de lo que, tradicionalmente, se asocia con el ser humano...Su mundo se ha tornado antinatural en el sentido más profundo que pueda concebirse, porque la naturaleza humana ha sido alterada”.
Con el desarrollo de la biotecnología se busca mejorar las capacidades humanas y llegar a un transhumanismo como proceso hacia el posthumanismo, en el que se logre un nuevo concepto de humanidad. Para autores como Fukuyama, esto es un gran peligro pues se atenta contra la naturaleza humana. Sin embargo, por otro lado tenemos que el pensamiento contemporáneo rechaza este concepto por considerarlo anticuado y demasiado ligado a la religión. Se considera que el hombre no tiene características inmutables y que en todo caso, como afirma Paul Ehrlich, “nuestra naturaleza consiste en no tener una única naturaleza”.
Creemos que si el hombre tiene algo de especial es que es capaz de automodificarse y autodeterminarse, llegando incluso a pasar por alto los límites que la biología le impone. En este sentido, tenemos los estudios de las feministas acerca de la construcción social del género y, en el caso de Judith Buttler, que dicha construcción social no se limita al género sino que incluye el sexo. Para esta autora, el cuerpo adquiere significado hasta que se lo damos culturalmente, un bebé no tiene sexo hasta que se lo hemos asignado diciendo que es niño o niña, incluso antes de que comience a adquirir y ejercer conductas propias de cada género. Para Buttler el placer sexual no tiene por qué identificarse con una zona erógena específica y tampoco con los órganos genitales, por lo que en esta discusión entra también el tema de las prótesis.
Detrás de toda esta discusión se encuentra la dicotomía entre lo natural y lo artificial, sin embargo, no pretendo por el momento ahondar en este tema. Mi intención en este artículo es hablar sobre la importancia de las emociones. Muchas veces nos puede parecer que tener emociones es lo más molesto que existe, en ocasiones yo quisiera ser un robot sin emociones para no sucumbir ante la mirada tierna y los maullidos del gato y dejarlo entrar a mi cuarto después de que me mordió, desearía no enojarme cuando me cambian los planes o no simplemente no sentir tristeza. Dividimos nuestras emociones en buenas y malas y hacemos lo que esté a nuestro alcance para eliminar las malas.
Por eso la gente toma Prozac, y al parecer no estamos tan lejos de la “soma”. A esto el psiquiatra Peter Kramer le llamó “psicofarmacología estética” distinta de la terapéutica en que las personas sanas toman fármacos simplemente para sentirse bien. El Prozac bloquea la reabsorción de la serotonina por las sinapsis nerviosas e incrementa sus concentraciones en el cerebro. Por supuesto que existen personas con una condición clínica que requieren tomar medicamentos, pero con lo que hay que tener cuidado es con la idea de que existen “píldoras de la felicidad” que nos liberan del esfuerzo y la lucha con uno mismo, así como de la libertad y responsabilidad de controlar nuestro comportamiento.
Las emociones son importantes para la cognición y han sido parte fundamental de nuestro desarrollo evolutivo, por lo que, junto con la razón y la elección moral deben ser consideradas una de las características humanas más importantes. Los defensores de la Inteligencia Artificial y los modelos computacionales de la mente, consideran que nuestros cerebros no son más que máquinas sofisticadas donde se corre un programa, creen que al llegar a cierto grado de sofisticación desarrollarán características como la consciencia. Estos pensadores no toman en cuenta el aspecto subjetivo de la consciencia, un hecho que como considera el filósofo John Searle es innegable, que cuando interactuamos con nuestro entorno y con nosotros mismos damos lugar a imágenes con un aspecto cualitativo.
Aunque esto también es un tema recurrente en la ciencia ficción, en que los robots llegan a desarrollar emociones, no queda claro como es que serían capaces de hacerlo y en un principio, en este consiste para nosotros el problema de la consciencia: en saber cómo a partir de sinapsis y procesos cerebrales surgen imágenes subjetivas, sentimientos y emociones. Podría parecer que las emociones limitan nuestra cognición, pues nos impiden ver las cosas de manera objetiva; pero es justo nuestra capacidad de tener emociones lo que origina nuestros propósitos, metas, deseos, etc., y posteriormente los valores humanos.
Como apunta Fukuyama:
No se pueden alegar argumentos en defensa del dolor y del sufrimiento, pero es cierto que aquellas cualidades humanas que juzgamos más admirables, tanto en nosotros mismos como en los demás, están relacionadas con nuestro modo de reaccionar, afrontar, superar y, con frecuencia, sucumbir al dolor, el padecimiento y la miente. Sin estos males humanos dejarían de existir la lástima, la compasión, el coraje, el heroísmo, la solidaridad o la fortaleza de carácter. Una persona que no se ha enfrentado al sufrimiento o a la muerte carece de profundidad. (p. 278)
Sabemos, como Irán, que si no sentimos dolor, soledad, sufrimiento, hay algo que no está bien con nosotros, no tenemos una “respuesta afectiva adecuada”. En el fondo, sabemos que el tener emociones es parte de nuestra humanidad y que aunque en ocasiones resulte molesto, no queremos deshacernos de esa parte de nosotros. A pesar de que nos puedan emocionar las posibilidades de mejorar nuestras capacidades humanas, de llegar a ser posthumanos, creo que, en el fondo, no queremos dejar de ser humanos.