Nuestro personaje en cuestión es un señor español adinerado, hasta donde sabemos bien parecido, con una habilidad retórica extraordinaria, ingenioso, sagaz, simpático y con apariencia de buen mozo. Pero sólo tiene la apariencia porque debajo de todos sus magníficos atributos, de su refinado sentido del humor, de su cálida hospitalidad y encantadora sonrisa se esconde un auténtico demonio. Me refiero a uno de los personajes más ruines, atroces y sin vergüenza de toda la historia de la ópera, el Don Giovanni de Mozart. A lo largo de los siglos que esta obra ha causado la fascinación del público, muchos han sido los que se han sentido aterrorizados ante la absorbente personalidad de Don Giovanni, uno de ellos fue el filósofo y teólogo danés Soren Kierkegaard, quien encontró en este enigmático personaje al paradigma ideal de lo que él llamó el hombre estético.
Pero, ¿qué es el hombre estético y quién es Don Giovanni? ¿Es acaso Don Giovanni estético por resultar agradable a la vista, por ser bello? No precisamente, o más bien, como muchas cosas en la filosofía que son tan complejas que no se pueden analizar desde un solo plano, sí y no. Es bello y no es bello. Don Giovanni es bien parecido, es encantador y, como se dice hoy en día, “charming”. Pero su cara de ángel es sólo una fachada porque Don Giovanni es, sí, un ángel, pero uno caído. No es de manera alguna aquello que aparenta precisamente por eso, porque sólo aparenta. Su bella figura es sólo una máscara que esconde lo que verdaderamente yace detrás de sus finos trajes de seda, un monstruo egoísta y voraz.
¿Qué hace a Don Giovanni estético? Bueno, Kierkegaard diría que no es estético por ser bello, sino por vivir apegado a todo lo que es estético, entendiendo estético como aquello que deleita los sentidos. La vida de Don Giovanni está por completo consagrada a los excesos, a los grandes banquetes, a las riquezas de este mundo, en otras palabras, Don Giovanni se desvive por todo aquello que es temporal, que con la muerte se desvanece; es más, por todo aquello que aún en la vida misma pasa con el tiempo. Don Giovanni cree encontrar lo infinito, o mejor dicho, lo eterno, en la inmediatez, en lo que dura tan sólo un parpadeo. Pero, para no ponernos demasiado filosóficos, podemos mejor afirmar lapidariamente -con toda certeza- que aquello que más atrae a Don Giovanni son, no sólo las riquezas, no sólo los sabores y olores, sino aquello por lo que todo don juan se desvive: las mujeres. No contento con haber poseído a una durante la noche, o al menos durante unas pocas horas, va buscando siempre una nueva. Cada día es una nueva aventura, cada hora otro engaño y con cada desdichada un nueva historia y una nueva máscara. Su catálogo incluye a la bella, la fea, la flaca, la gorda, la morena, la rubia, la española, la italiana, la turca, la joven y hasta la vieja.
La vida de Don Giovanni es como una pizca de pimienta que da un sazón picante a la existencia, pero que con un estornudo se desvanece en el aire. Todo lo que él es y todo aquello por lo que él vive no es más que puro condimento, pero nunca hay sustancia. Don Giovanni es muy salsas, pero sólo eso, la pura salsa. Muy a propósito hablo de él con vocabulario culinario pues él ve a las mujeres, y a la humanidad en general, como platillos, como cosas que se consumen y que con el día siguiente deben ser sustituidas por otras; eso sí, siempre dándole variedad. Kierkegaard lo utiliza como paradigma de su hombre estético precisamente por esta afición desmedida a lo sensible e inmediato.
¿Por qué decimos que es un diablo, por qué hablamos de él como un monstruo al que hay que tenerle miedo? Kierkegaard lo vio muy bien; al decir que Don Giovanni vive en la inmediatez afirma también que vive siempre huyendo de lo eterno. ¿Por qué habría de atemorizarnos de esto? No nos da miedo ser víctimas de Don Giovanni, no debemos temerle aunque sea capaz de asesinar al padre de una de sus víctimas con tal de salir al paso en sus aventuras; lo que nos debería dar más miedo aun es llegar a ser como él. ¿Qué le pasa a Don Giovanni? Que se burla y pretende pasar por encima de todo lo que consideramos valioso y eterno, por encima de todo aquello a lo que le damos mayor importancia que a una simple fruta que se consume. Don Giovanni se mofa de la muerte, de la piedad filial, del honor, de la castidad y, sobre todo, del amor. Pero su actitud de vividor sólo esconde su profundo rechazo por algo que tarde o temprano llega y cuya eternidad no podemos esconder, la muerte.
Lo quiera o no, y aunque pretenda estar por encima de toda circunstancia, también a Don Giovanni le llega su final. Sus excesos no son pasados por alto y a él también le cobran su factura. Precisamente su condena yace en que se burla de la muerte. En el acto primero se burla de ella al asesinar al comendador, pero hacia el final de la obra es desafiado por ella. ¿Qué hace entonces Don Giovanni? Su infinita soberbia lo ciega y decide, con una mano en la cintura, invitar al fantasma del comendador a cenar a su casa. La muerte le ofrece una última oportunidad, un posible arrepentimiento por haber destruido la vida de otras personas, pero Don Giovanni es congruente con su demoniaca personalidad y no cede. Hasta el último momento se sigue burlando de la muerte y, cual si fuera un contrato, ésta cumple con su respectiva parte y lo convierte, también a él, en la nada. La muerte lo reduce a aquello a lo que redujo a sus víctimas y quien termina siendo consumido es él. Paradójicamente, Don Giovanni encuentra su final en sus esfuerzos por escaparle mediante las mujeres y las delicias de este mundo.