Las puertas se abrieron y bajé del último vagón, donde las pasiones pueden terminar en una mirada, en un gesto o en una habitación desvencijada de un hotel maltrecho.
Caminé por el andén con los cientos de vidas que continuaban su jornada. Algunas irían hacia su casa, otras tal vez retomarían la noche donde la dejaron el día anterior y otras, quizá, simplemente desaparecerían durante las próximas horas hasta que su despertador sonara una vez más. Di vuelta a la derecha y tomé el pasillo que desembocaba en las escaleras de salida.
Vi entonces a los vendedores amorosos ofreciendo clases de cómo besar impelidos por la pasión de un instante o el grabado constante de la pupila del otro en el ojo cotidiano del sentimiento a través de los días.
Caminé un poco más y pude ver a los tenderos al principio del pasillo; había algunos que colocaban sus cuerpos sobre la pared mientras estiraban sus manos: ofertaban corazones a quien pudiera pagar el precio y cuidar la mercancía.
Otros, en cambio, intercambiaban sus tesoros arrullados por el vaivén propio de sus cuerpos. Danzaban al ritmo de una canción que cada uno de ellos escuchaba y que, no necesariamente, era igual a la que cualquier otro oía. Sin embargo, al menos para los que pasábamos y veíamos desde afuera tal escena, era evidente cuando en ambos oídos la melodía era similar.
Unos pasos adelante había aquellos maestros sensuales que buscaban aprender los actos amorosos; ninguno de ellos reparaba en dónde estaban: no había voluntad impoluta. ¡Todos respondían a su impulso... pocos vendían ropa, pero los que llevaban telas encima, las remataban hasta casi desaparecerlas de su almacén. Pasé de largo y encontré entonces el cuadro más triste de todo aquél mercado humano.
Los tenderos de la desesperación abrazan con sus últimos intentos a quien aman. No sólo se aferran a las manos, los ojos y el cuerpo de quien tienen enfrente; sino que, sobre todo, se aferran a su recuerdo. ¡En sus lágrimas están los días soleados que compartieron bajo la felicidad que ordenaba sus actos... y también, en ellas están las noches que pasaron juntos... aquéllas donde un beso desató sus cuerpos y el aroma de la piel del otro guió sus sentidos! En unas cuantas palabras, sus mercancías las ofrecen bañadas de pasado y de futuro: de días que ahora sólo existen en su mente... y de días que están muriendo bajo el fuego purificador del "ya no más."
Unos se despiden interminablemente... otros, en cambio, se dicen las últimas palabras y escuchan los últimos ruegos de sus corazones exhaustos... de sus gargantas donde "se les va la vida".
A mis ojos vino el recuerdo de una tarde. Se secó mi garganta y, rugiendo, gritó por un poco de alcohol. Se volcó mi estómago y en un ataque instantáneo exigió alimentos para hartarse y olvidar... mi pecho había olvidado cómo respirar. Rasqué un poco mi brazo y sus manos rascaron la imagen.
- Creo que… ya no quiero seguir. - me dijo después de pasear durante dos o tres horas.
- Vámonos a tu casa entonces.
- No. Ya me voy yo.
- ¿No quieres que vaya contigo?
- No, ya te dije: creo que ya no quiero seguir.
- Por eso… nos vamos a tu casa, vamos a comprar algo y vemos una película.
- Entiéndelo: ¡ya-no-quiero-seguir!
- Espera, ¿ya no quieres seguir… conmigo?
- Ha pasado mucho tiempo y ya no puedo seguir así.
- ¿Seguir cómo? ¿Feliz?
- Últimamente no lo he sido. Todo el tiempo siento que quiero llorar. Todo el tiempo siento que lo único que has estado esperando es que diga "hasta aquí"… y, bueno, ya lo dije.
- No quiero que te vayas. Nunca lo he querido. ¡Me aterra la idea de que te vayas!
- ¡No comiences! ¡Por favor, ya… BASTA! ¡Siempre haces lo mismo… siempre haces una escena y me tengo que quedar! ¡Siempre me obligas a quedarme! ¡Ya no quiero eso… me voy!
Se levantó y se fue. Me quedé como un imbécil mirando cómo se marchaba. En ese momento hubiera dado todo porque alguno de esos marchantes me hubiera enseñado cómo resistir la partida. Cómo aceptar que se esfumaba el presente y se transformaba en pasado. Pero no había nadie. Sólo estaba la estela de recuerdos que flotaba a la zaga de su cuerpo alejándose. Lloré.