Darle vida a un reino desaparecido, a unos personajes que nunca fueron, pero que, en su ficción, relatan una realidad palpable; tal fue la misión de Maryse Condé. En un África que luchaba por su independencia, la escritora Guadalupana publica una de
sus obras más impresionantes: Ségou.
Dividido en dos tomos la historia se sumerge en el misticismo de un África en evolución y en la realidad de los acontecimientos. Ni literatura exótica, ni idealista, Condé dibuja el reino de Ségou con todos sus atributos, dejando al lector la gustosa tarea de la reflexión.
El libro tiene la cualidad de presentarse como descubrimiento y contagiar una sensación de aventura: conviven la felicidad y la angustia, la apertura y la negación a lo nuevo, las paradojas de un universo que se explora e interfiere en nuestras vidas. La independencia de diversos países africanos acentuaba la necesidad de aclarar su identidad, de afirmarse ante quien expulsaban y ante sí mismos. Y la literatura, así como la música o la pintura podían ayudar a llevar esa imagen positiva y fuerte que tanto necesitaban. Pero este someterse del arte ante el quehacer político no siempre era bien recibido. La cuestión de la identidad se puede resolver ampliando la memoria, llenando los huecos del pasado y siendo críticos con el presente. El artista tiene esa vocación por naturaleza y el resultado no siempre le puede gustar a todos.
El gran talento de Condé fue recibido con críticas y desagrado, una mujer que viene de la Guadalupe y escribe sobre África, debería al menos escribir algo bueno, algo que la enaltezca ante la mirada externa. El retrato de las costumbres de los bambaras del reino de Ségou resultó embarazoso, mostraban a un gran público un rostro que se había intentado ocultar, ¿por qué? Además exageraba ciertas reacciones entre los bambaras, como la fascinación casi mágica ante la escritura árabe. Lo estrictamente autóctono y el relato de lo que pudieron haber sido las impresiones de los habitantes de Ségou expuestos a tantos cambios políticos y religiosos, ofendían. Pero la grandeza del relato descansa justamente en esa gran habilidad de rememorar lo propio, de asimilarlo y narrarlo.
Ségou es un gran reino, lleno de vida y con una fuerte personalidad. La ciudad, comparada con una mujer que solo se puede poseer por la fuerza, tiene un poder innegable sobre sus hombres, cualquiera que sea su destino vuelven a ella, la añoran y no dejan de pensar en ella. Ségou es como una madre, es una mujer fuerte que necesita de sus habitantes para sobrevivir, de sus mujeres para mantener la unión y el orden, de sus hombres para defenderla y hacerla prosperar. El relato se centra en la familia Traoré, en la conversión al islam del mayor de los hijos; del secuestro de uno de sus hermanos para hacerlo esclavo y posteriormente convertirlo al catolicismo; de la huida y búsqueda de identidad del hijo-de-esclava; del dolor de una madre al ver desaparecer cada uno de sus hijos y del trabajo para todos de aceptarse de nuevo con todas las diferencias causadas por sus viajes.
Lejos de tratarse de un libro que denigre a los bambaras o a cualquier habitante de Mali o África, Ségou, resalta la necesidad de aceptar lo pasado y de verlo bajo una mirada propia. De entenderse a través de su historia y no a través de ideales construidos. Todos los personajes pueden ser criticados, la narración exhibe la complejidad de hilos que tejieron la dramática historia africana, las relaciones peculiares entre europeos y árabes, europeos y negros, árabes y no-árabes, árabes y negros, entre negros y negros. Denuncia la violencia y subraya la violencia ejercida sobre el hombre de color, que de un momento al otro tenía que tomar consciencia de su color de piel y darle una connotación negativa. Subraya una injusticia doble ante el hombre de color, rechazado por sus « costumbres bárbaras » adopta la religión católica o islámica, pero una vez convertido tampoco es bienvenido, queda su color, imborrable recuerdo de que alguna vez perteneció a una comunidad de barbaros y que en cualquier momento sucumbiría a su naturaleza salvaje. Los jóvenes Traoré se enfrentan a un mundo que los obliga a verse al espejo y notar su diferencia con todos los demás, se sienten solos y a la deriva, sin nadie que les dé respuesta a lo que está pasando.
Aimé Césaire, poeta martiniqués, pensaba, refiriéndose a Karl Marx, que un hombre negro es oprimido doblemente: por su condición social y por su color. En cierto modo esta idea subyace en Ségou. Esta obra gano reconocimiento, con el paso del tiempo, y debe leerse en algún momento de la vida. Es un viaje como los de Gabriel García Márquez, solo que en lugar de llevarnos a un sitio geográfico de nuestra imaginación nos transporta a un antiguo reino, dotándolo de grandeza.