El año pasado, más o menos por estas fechas, fui a ver una obra que ha vuelto a la cartelera mexicana; pero, ahora, en el Centro Cultural del Bosque. Les dejo la reseña.
La obra posee una “actualidad” abrumadora, no sólo en la situación social de nuestro México, tierra de opuestos; sino sobre todo, que lanza al aire la verdad desnuda del humano: muchas veces se hace la víctima y, al final, ello le da una posición de poder sobre los otros.
Esta obra se llama Para soñar que no estamos huyendo y la directora, Ana Francis Mor, se inspiró en el drama shakesperiano Ricardo III para escribirla y dirigirla; sin embargo, quizá lo único que retoma de esa pieza, es el arquetipo de situación histórica en la que se encontraba Inglaterra en esa obra; y, de una manera bastante peculiar, la traslada a la realidad social de México que, para no verse tan rojillo lo coloca en alguna parte de la historia contemporánea del país.
La obra, en una sinopsis general, habla de cómo una “reina” y su “sierva”, intentan huir del reino porque “El señor” mandó matar a su mujer. Sin embargo, se encuentran con uno de los asesinos y, luego de algunos giros en el guion, éste termina por acompañarlas en su exilio. El final, sin embargo, me lo reservo porque, a mi parecer, en él descansa el argumento más fuerte de esta puesta escénica.
Si quisieras analizar, por otra parte, la construcción general de la obra; te encontrarías con un modelo bastante clásico en donde los diálogos se enhebran fluidamente con el fin de presentar un crisol emocional variado; así, en una misma plática puedes pasar de la “investigación existencial” más profunda, hasta la carcajada más burda. En ello, se ve una mano sentimental y emocionalmente inteligente.
Por supuesto, como toda obra de corte clásico, existen en esta pieza los monólogos cargados de solemnidad; sin embargo, para ser –según mi gusto- una tragicomedia, quizá se nos presentaron un poquito cargados de más: sólo un poquito; lo cual, no le restó mérito a la historia… sino que, de alguna manera, le hizo un par de nudos que nos evitaron, al menos a mí y a mi acompañante, fluir y desenterrar el mensaje detrás de ellos.
Explico mi punto anterior: los grandes monólogos dentro de esta representación son dos y están, el primero, justo cuando inicia el drama; y, el segundo, se usa para enlazar la historia e, intentar, darle redondez al final. Pero, la verdad es que, o mi cerebro es idiota o, en realidad las ideas expresadas en ellos sólo presentan imágenes poéticas que, de alguna manera, no alcanzan a mezclar la acción de la obra con el mensaje. Seré sincero: ambos monólogos, ambas alegorías, me absorbieron de tal forma que, al romperse el hechizo de esas palabras, mi mente sólo pudo decir: “¿qué? ¿Y ahora?”
Creo que con eso es suficiente para expresar mi parecer sobre la obra en sí; ahora, quizá sería conveniente entrar al tema de las actuaciones. Tres son los actores en el escenario: la “señora”, interpretada por Amanda Schmelz; la “mujer”, encarnada por Marisol Gase y Antonio Cerezo, quien actúa como “el asesino”.
Las dos mujeres en el elenco realmente me hicieron sentir sus personajes; por una parte, la señora Schmelz de verdad hizo que me creyera sus quejas por la mierda en el mundo, su enojo por la mediocridad mal llevada con que los habitantes de su reino, parecía, que vivían. Su presencia escénica y su voz, al final, hicieron imaginar en mi mente a una señora.
Por otra parte, Marisol Gase me permitió palpar la comicidad en su personaje dicharachero, sí; pero, también se transformó en el escenario de forma tal que, al ocurrir el giro dramático –del cual me callaré para no dar adelantos de mal gusto-, ella misma dio un giro tal que el personaje aquél desapareció y dio paso a la verdad que guardaba su infinito pregonar: “se venden reliquias de la guerra…”
Finalmente, está el señor Antonio Cerezo; el personaje que representa es complejo, quizá demasiado: en él confluyen la avaricia, la soberbia, la violencia y el poder; pero, también presenta en su comportamiento la esperanza perdida, el arrepentimiento y, sobre todo lo demás, el aplomo frío y amargo de la debilidad humana que lo lleva, al final, a la caída en la desgracia: la ὕβρις griega que lo vence todo. Lamentablemente, el señor Cerezo, según mi parecer de lego, no alcanzó a transmitir todo lo que su personaje afirmaba con las palabras de su boca.
No diré que actuó mal ni nada por el estilo, porque no sería cierto; pero, sí diré que en su actuación no me hizo sentir ni el miedo ni el temor que su personaje inspiraba por sus interacciones con los demás: no le creí que fuera ni un asesino frío ni uno amedrentado por las emociones humanas que lo debían de estar matando de indecisión. Simplemente, me resultó, en el fondo, plano.
La escenografía y la iluminación fueron precisas: siempre se enfocaron en llamar la atención sobre el espacio o el personaje que llevaba la batuta en x o y escena, me gustaron mucho.
La mención de honor, empero, se la lleva la señorita Leika Mochan por su hermosa ambientación musical. En las obras a las que he asistido, jamás había encontrado una consecución de piezas tan acertadas para cada suceso sobre el escenario. No lo negaré, algunos de los usos vocales que hizo me dieron miedo y me hicieron sentir temor: justamente como la escena lo requería; y, si los monólogos me embelesaron, fue por la música que los acompañaba.
En fin, ya. Vayan a verla, que tiene temporada en el Teatro EL GALEÓN: del 11 de enero al 1 de marzo los días lunes y martes a las 8 de la noche.
Los boletos están en $150 pesos. Si eres estudiante, maestro o adulto mayor tienes un descuento del 50%. Así que anda.
コメント