El tamaño sí importa
- G.O.
- 2 ene 2016
- 2 Min. de lectura
Muchas son las comedias que pueden recomendarse; muchas son a las que uno acude y, al empezar, uno se vuelve cómplice de las mismas. El tamaño sí importa, de Roberto Tello y Harry Geithner, en parte cumple con esta necesidad imperante en el género cómico.
Lo digo claro: si estuviésemos en la antigüedad grecolatina, ésta pieza hubiese cabido, con todas las de la ley, en el género cómico sin ninguna falta; sin embargo, no estamos en esa época y los chistes sobre el tamaño de los penes, los juegos de palabras y el doble sentido dan gracia una o dos veces, pero, así como generan risa al instante, caducan rápido y se vuelven cansinos.
Una comedia, cualesquiera que sean sus características, cuyos recursos se limiten a la acción física repetitiva –en éste caso específico restregar “accidentalmente” un pene gigante en el trasero de otro hombre-, decir continuamente una palabra como un eufemismo apelando a cierta condición “bochornosa” y romper la cuarta pared sin regla alguna, casi como si se tratara más de un performance, improvisación o una peda en casa de un amigo, no merece ser llamada tal ni merece presentarse en un foro para contemplarse como “teatro alternativo”.
No me entiendan mal: la obra inicia estupendamente a modo de un sketch incluyente y fresco; todos somos parte de una sala de espera donde el doctor Vergara atiende consulta sobre cirugía plástica; entra entonces Ricky, un oficinista pazcuato de pene chico y humor fluctuante, nos saluda, hace un par de bromas, va con la recepcionista y le dice que llegó para su consulta; lo manda al lugar donde debe esperar junto con todos los demás –nosotros- y bien, todo agradable; luego, entra Martin: un hombre de pantalones ajustados y un paquete monstruoso más marcado que si llevara leggins para hombres.
Es entonces cuando la “comedia” empieza: el uno le habla al otro y toda la trama no es más que la conversación tipo teléfono descompuesto entre el uno y el otro con un “giro argumental” al final de la puesta que, de vuelta, recuerda a un contenido más propio de la televisión. Quizá es mi error y no entendí que se trataba de una comedia con tintes y tonalidades que reflejaban una obra construida como el Teatro del Absurdo. O, quizá no agarré bien la onda y simplemente se trataba de echar la chorcha mientras nos hacían partícipes de una historia “graciosa”.
De cualquier modo, te invito a que te acerques a Teatro en Corto en el número 41 de la calle Yosemite, a unos pasos del WTC Ciudad de México o del metrobús La Piedad; te pidas un boleto para el Foro 3 y tenga la experiencia que ofrece esta puesta: les aseguro que, al menos un par de sonrisas sí se llevan.
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