top of page
 SEARCH BY TAGS: 

Sobre el quirófano


Foto por Paolo Raeli.

“El corazón, como ya dijimos antes, es como una especie de ser vivo que está dentro de los seres que lo tienen”. Aristóteles, Partes de los animales, 666b


Quizá todo haya comenzado por esa manía que tengo de narrar cualquier pequeñez como si se tratara de una gran historia, tomando medida de cada una de las palabras, analizando la concordancia de las frases, casos y personas; en un mal intento de hacer lógico y explicar lo que de por sí ni siquiera entiendo.

Porque por más reales que sean los hechos, las intenciones son ilógicas y los procederes incomprensibles. Mi actuar tiene pies propios, independientes de los míos. Ni siquiera yo misma puedo abarcarme en mi totalidad. Mucho menos podría abarcarte a ti; ya menos menciono al todo y a la parte, al ser y a la nada, los binomios hegelianos y demás cuestiones filosóficas.

Tampoco sé a conciencia, en qué maldito tiempo verbal puedo conjugar el quererte, primera persona del singular: yo te quise, yo te quiero, yo te querré. Basta de gramática, el lenguaje no resuelve la cuestión, incluso la confunde, porque no puedo darle nombre y tampoco me quedan muchas ganas. Existen tantas cosas de las que no tengo ni un gramo de idea, saco conclusiones por entre las mangas; los pañuelos; las bolsas e incluso los zapatos, y aún así continúo ignorando unas cosas, abarcando a medias otras y al final me voy a la cama sin tener ni una sola conjetura sobre mí, sobre ti y mucho menos sobre los dos juntos.

Quizá lo único que puedo formular una y otra vez, para intentar convertirlo en certeza es: que de todas las posibilidades existentes la única posibilidad en tanto que posibilidad verdadera es tener siempre una posibilidad alterna a modo de imaginario singular y colectivo.

¿Qué es lo que digo? No lo sé, no es otra cosa que un trabalenguas.

Me basta con afirmar a modo de operación matemática, que siempre se deja abierta la posibilidad… tan simple y contundente es dejar caer los puntos suspensivos… basta con una pequeña abertura, para creer que cualquiera de las opciones pensables permanecen viables. Hasta que el “no” que ya tienes de antemano sea más rotundo. Hasta que la frase “es evidente” deje de ser la muletilla de algunos intelectuales y abandone el letargo de la prepotencia de los textos y de las inteligencias que son capaces de ver claramente que de las premisas “A” y “B” se obtiene la conclusión “C”. Todo es un juego dialéctico. Citando y jugando con la frase de cierto filósofo francés, (porque bien sabes tú, que eres mi lector, que soy una casa de citas) todo es un fuego dialéctico… Quizá por ello, porque no me es evidente, que continúo recorriendo las calles de la ciudad y evocando los lugares por los que pasamos, es mi modo de mantener abierta la po-si-bi-li-dad; de eludir la evidencia de tu ausencia.

¿La ausencia es la falta de esencia? No, la ausencia es la falta de tu esencia… ser es ser percibido… Es la privación de ti y el olvido de mí.

Es evidente que no estás y que no dijiste ni cuándo vuelves, ni dónde puedo encontrarte, es evidente que no quieres ni que te busque y mucho menos que te encuentre. Sin embargo no puedes privarme de mis especulaciones ni de las ansias que tengo de buscarte.

Algunas posibilidades pueden ser descartadas, la evidencia así lo exige, por ejemplo, la posibilidad de encontrarte en alguna de las 12 líneas del metro es menor que la de encontrarte en alguna de las calles por las que según la volatilidad de mis recuerdos y mi pésima orientación, deberías pasar.

En un pequeño ejercicio de estadística, puedo afirmar que teníamos una posibilidad de entre 20 millones de encontrarnos en ésta ciudad; eso era antes del juego de evitarnos, hoy la posibilidad se ha reducido a la mitad. Y si considerara los puntos comunes que podrían facilitar un encuentro, sólo resta admitir que los lugares comunes son casi nulos y que incluso aunque supiera los puntos exactos, coincidir según el día y la hora es un juego de azar imposible de calcular.


Sería adecuado añadir una variable más: ninguno de los dos somos capaces de adivinar bajo que vaso se oculta la pelota de los gitanos.

Hay espacios que no puedo descartar. Algunas librerías, la calle de los álamos en la que nos conocimos una tarde de lluvia, un restaurante ruso, el carrousel de helados y por supuesto los hospitales.

De todos los hospitales públicos y privados que hay en la ciudad, el hospital X. fue el más probable en el rango de tiempo de hace un año; y aunque ahora es una opción estadísticamente inoportuna, es imposible descartarla. Así como se regresa a la escena del crimen, del mismo modo la humanidad vuelve al lugar de los recuerdos. Nosotros no somos la excepción. Ni por una falla de memoria mi cuerpo me impediría la impasibilidad del recuerdo.

De todas las calles y de todos los sitios en los que nos besamos, ninguno te evoca tanto como la escuadra del hospital X.; las calles paralelas al hospital X. anuncian tú proximidad, entonces me encojo ante el edificio, el sancto sanctorum de las batas. El mausoleo de los dolores.

He entrado a un lugar que no me corresponde. Ni las batas, estetoscopios, bisturíes, jeringas, desfibriladores y demás aparatos hacen juego conmigo; a ti, por el contrario, te sientan bien. Porque eso éramos, somos y seremos: los contrarios. Y de nosotros no hay ni una síntesis posible.

“En ese hospital tuve entre mis manos por primera vez un corazón”. Escucho tus gesticulaciones graves, la voz profunda y la mirada distante mientras me señalas el hospital X.; y casi puedo ver entre tus manos, el órgano del tamaño de un puño, con a penas un leve latido y todavía lleno de sangre. Quizá no sea una imagen adecuada, quizá en realidad el corazón no sea del modo en que lo imagino, quizá es poco probable imaginar un corazón verdadero a partir de un libro de anatomía.

Lo único que puedo imaginar con certeza es que si tuvieras mi corazón entre tus manos sería mucho más pequeño, se vería ridículamente minúsculo entre tus dedos largos. Casi todo en mí es pequeño, menos las aspiraciones.

Tomo el retorno para volver a pasar por el hospital X., en el que por primera vez tuviste un corazón entre tus manos; y paso casi todos los días para verte y escucharte nuevamente, o mejor dicho, para escuchar al fantasma que va sentado al lado de mi y me cuenta una y otra vez la misma historia.

Claramente veo el corazón entre tus manos, y el corazón da un vuelco; un latido y tú tiemblas de la emoción y el miedo, porque sabes lo que es tener un corazón entre tus manos, el motor de un cuerpo se preserva en la fragilidad de un órgano suspendido en el aire y que a penas es soportado por dos manos temblorosas; por eso intentas tomarlo con firmeza, pero sin lastimarlo, para no dejarlo caer. Sería terrible que cayera. Sería terrible que se te cayera precisamente a ti, el día que cargas por primera vez un corazón. Cada vez que paso frente al hospital X. escucho de nuevo tu historia e incluso me detengo un poco, por si se diera la casualidad que ese día también tuvieras un corazón entre tus manos y salieras a gritarlo con paso ligero después del peso anterior, y que justo en ese momento, azarosamente, nos cruzáramos, para que pudiera ver claramente el guante sanguinolento.

Entre sístole y diástole avanzo y miro a la gente, especialmente a los de bata blanca, por si acaso fueras tú. Tú, la abstracción del universal, el monopolio de los médicos que al menos una vez en su vida han sostenido un corazón en el hospital X., el universal concreto perdido en el tiempo. Debo admitir mi nostalgia de ti, porque estás demasiado lejos donde ni siquiera puedo mirarte; también admito que la idea de médico existente en mi cabeza coincide perfectamente con tu cuerpo.

Mientras recorro la primer vuelta por el hospital X., me pregunto cuántos hombres están en un quirófano, cuántos médicos sostienen un corazón, a la segunda vuelta y como síntesis y última vez, me pregunto si acaso has vuelto a entrar al quirófano y si acaso no habrás ya sostenido pulmones, úteros, hígados, apéndices, intestinos y riñones además de aquel primer corazón. Mi pensamiento da un salto, del corazón a los corazones y de los corazones a tus manos.

Tantas cosas que han tocado tus manos, tantas cosas que alguna vez sostuviste por primera vez, cosas que dejas caer, que arrojas, que destruyes, que acaricias y al final de todo, vuelvo al día en que sostuviste por primera vez un corazón.

Y me cuento a mi misma tu historia, como si estuviera a punto de dormirme, la cuento con tu voz y tus gestos, rememoro el instante exacto en que la narraste. Nunca pensé en utilizar tus palabras a modo del juego del metro.

Tengo un pensamiento para cada ocasión, mientras tomo alguna línea del metro, pienso en el juego de las imágenes de la ventana; mientras me enjuago el shampoo repito la canción de una vieja película, en los restaurantes formo y alineo ejércitos de papel, rompo el plástico que cubre los popotes mientras pienso que lo natural es romperlos y cada vez que paso por el hospital X. recuerdo tu historia; todo esto sucede siempre, invariablemente. Los recuerdos son volátiles, los pensamientos son volátiles, casi puedo contenerlos en una botella de aguarrás.

Antes me divertía con todas las posibilidades, sin una conclusión determinada, toda premisa resultaba fascinante. Casi puedo verme a mi misma sorprendida ante ti, envidiándote un poco en secreto, porque por mucho que lo imagine, nunca sabré lo que es tener, ni por primera ni por última vez, un corazón entre mis manos.

Y si hacemos la típica asociación del corazón que equivale a la vida, estas serán las premisas:

A: Mientras el corazón siga latiendo hay vida. B: Donde hay vida permanece la existencia de posibilidades. Conclusión: En el corazón radican todas las posibilidades.

Quizá me salté un par de pasos y me precipito en mi conclusión. Aunque prefiero pasarte a lenguaje lógico, ponerte un límite y encasillarte en silogismos. Demasiado probable y quizá sea momento de admitir que mis silogismos tienden a la confusión. Además es hora de refutarme:

El corazón podrá seguir con un ritmo constante y una máquina podrá afirmar la existencia de signos vitales, pero si hay muerte cerebral, el corazón no bombea, la sístole y la diástole se detienen y todo colapsa, deja de haber vida… es mejor concluir que en el pensamiento radican todas las posibilidades… es el cerebro, no el corazón lo que deberías tener entre tus manos.

Por un segundo no temeré escribirte que tuviste ambos en tus manos, que mi querer implicaba sostener en la mano derecha el cerebro y en la izquierda el corazón.

“En ese hospital tuve entre mis manos por primera vez un cerebro”. Sería más impresionante mencionar un cerebro y no un corazón, sin embargo el corazón es una imagen estética mucho mejor. Entonces no imaginaría sangre, sino masa gris… ¿cómo es la masa gris? La imagino como un caldo espeso de abstracciones con un cerebro también gris y mojado flotando en medio.

Y sin embargo, heme aquí, en un quirófano, con un corazón más pequeño que mi propio puño, completamente expuesto, entre tus manos y como único pensamiento, la repetición de la gravedad de tus gestos mientras me dices:

en ese hospital tuve entre mis manos por primera vez un corazón…

Escucha la Canción de la semana

 

Escucha el cd #3

 

 

bottom of page