El artista visual Rodrigo Valero-Puertas, junto con las coreógrafas Anaïs Bouts y Tania Solomonoff nos presenta una obra titulada Resistencia en Silencio. Resultaría difícil, empero, asignarle una clasificación estricta al trabajo de los mencionados tres artistas. Quizá el término que mejor se adecua al resultado de este trabajo en conjunto es el de performance. Son varias artes las que se combinan en este trabajo, por un lado tenemos la coreografía propuesta por Anaïs Bouts y Tania Solomonoff, y por el otro el resultado de la concepción visual de Valero-Puertas. Sin embargo lo que el espectador presencia no se reduce a estas dos disciplinas: coreografía y artes visuales (un poco a manera de una combinación entre escenografía e instalación) sino que además el otro protagonista de la pieza es el sonido.
Me atrevo a decir que se trata de un protagonista más que de un elemento ambiental ya que la coreografía que se presenta se encuentra en constante diálogo con las realidades que se hacen manifiestas a través de los sonidos que se funden en la pieza. Los sonidos son ambientales, incluso muchas veces llegué a confundirlos con los sonidos que de hecho provenían de fuera del recinto, pero, como he hecho notar, no por ello son un elemento que esté de fondo sino que son la base sobre la cual se construye el discurso expresado mediante el movimiento en la coreografía.
Esto nos lleva al siguiente elemento de la obra: el discurso. Ante todo, me atrevo a decir que se trata de una obra discursiva que se construye a partir de la experiencia estética del espectador. Hay un diálogo con el público, pero no se trata de uno en el cual quien contempla tenga una actitud meramente pasiva, sino que se requiere de un esfuerzo intelectual para desentrañar lo que yace detrás de la pieza. En este sentido se requiere de la participación activa del espectador como intérprete de las formas que logran las dos coreógrafas.
Ahora bien, los movimientos sumados al sonido pueden, creo yo, ser interpretados con un discurso; pero la experiencia no se agota ahí. Me atrevería a afirmar que, como sucede con gran parte del arte abstracto, más allá del discurso o interpretación que podamos obtener de la obra, ésta logra expresar contenidos que son inefables desde el punto de vista del lenguaje verbal. Se trata de una obra difícil, no hay que negarlo, pero que da mucho de qué hablar y de qué pensar. No sabría decir si en ella la clave está en ir más allá de lo evidente o, por el contrario, simplemente atenerse a la experiencia estética pura.